El credo madridista es muy exigente con sus acepciones, y eso que son pocas. Luchar, morir en el campo, apoyar siempre al equipo y estar orgulloso de ser madridista son los únicos términos fijos. Y es que los años pasan, las victorias se acumulan y se suman algunas decepciones. Entre ellas, siempre está la Copa de Europa. Pero esta vez es diferente.
Imaginaros la escena: minuto 82; gol de Benzemá, un tímido grito se escapa de mi garganta. Una pequeña palmada, que perfectamente se podía traducir como una última ráfaga de esperanza. Un tuit, corto: GOOL. Vacío y desalentador. Pasan unos pocos minutos y renuncio a mi ateísmo implorándole a Dios un milagro. Gol de Sergio Ramos. Un grito sordo, unos ojos ya mojados. Unos pequeños improperios y una fe soberbia. Parece demasiado bonito para ser verdad. Estaba seguro de que estábamos en Wembley y mi mirada estaba clavada en el dorsal número 7, que como el día del Manchester City, estaba desaparecido y aún así marcó el gol de la victoria. Pasó el tiempo, aunque no mis ganas, y un nuevo sentimiento se superponía a la esperanza: el orgullo.
Acabó el partido y mi primera reacción fue un llanto desconsolado. No había tristeza en esas lágrimas que recorrían mis mejillas, ni impotencia como en otras muchas noches de Champions. Había orgullo, admiración. En ese momento, mi móvil recibía millones de mensajes en forma de burla. Daba igual. Lo habíamos conseguido, acabábamos de ganar la Copa de Europa. No la de este año, sino la del que viene. Todos los ingredientes acababan de servirse mientras el Madrid moría matando. Fue una noche mágica, sin duda.
Fueron pasando las horas y encontré en Twitter el regazo más cómodo. A mi lado, se dibujaban dos fieles y odiosos acompañantes: las lágrimas (esta vez sí de tristeza) y la soledad. No lograba entender por qué no estábamos en Wembley. Siempre recordaré el 30 de abril del 2013 como el día en el que el mundo olió a gloria de noche europea. El madridismo estaba más unido que nunca (esto es literal). No había otro objetivo en la cabeza que llegar a la final de la Champions. Debo reconocer que cuando vi a ése montón de gente recibiendo al autobús del Real Madrid, me emocioné. Y que esta noche la he pasado recordándoles, uno por uno. Inventándome sus caras, y soñando que los tenía frente a frente, mientras les iba dando las gracias por hacerme creerme esta locura.
Cuando vi ese magnífico mosaico en el fondo sur, me acordé de todas ésas personas que no tienen la suerte de ser del Real Madrid. Una pena por ellos. Empezó el partido y el equipo salió mordiendo, por un momento pensé en lanzar una pregunta al limbo: “¿Qué puede salir mal hoy?” Todo lo visionaba de color verde, en mi corazón se abría un espacio donde la esperanza y la locura aguardaban el pitido final para estallar de emoción. Acabaron como siempre, disueltas.
Turín 2003, Mónaco 2004, Turín 2005, Londres 2006, Múnich 2007, Roma 2008, Liverpool 2009, Lyon 2010, Barcelona 2011, Múnich 2012 hacían acto de presencia en mis recuerdos y dejaban espacio para un nuevo y doloroso fracaso: Dortmund 2013, la derrota que más lloré en mi vida.
Me quedo con el orgullo, la casta y el juego de mi equipo ayer. Para mí, el 30 de abril del 2013 se consiguió la Décima Copa de Europa y eso no es negociable. Ayer realmente me hice del Real Madrid. Y la culpa la tenéis todos vosotros. TODOS. Persona a persona me hicisteis creer hasta el final. Os lo agradeceré toda mi vida.
Me despido con lágrimas de emoción y de orgullo. Y recordándoos que el destino nos tiene preparado algo tan bonito, que ni nuestros mejores sueños pueden alcanzar ver. Gracias, gracias y gracias. En mayo 2014 la traeremos de Portugal.
¡HALA MADRID!
@CarlosRojasRuiz
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